Tatuaje


Es como prolongar durante horas la sensación de una mala noticia.
Es como una tupida manta de pastor, vieja y áspera.
Es un eterno retorno, tan previsible como inevitable.
Es mirar en todas las direcciones que se te ocurren y no encontrar nada.

Hoy me ha hecho llorar.
Me ha hecho sentirme impotente, terriblemente impotente.
Y se ha apoderado de mí una tristeza honda y viscosa,
una soledad infinita, tatuada, indeleble.
Maldito reloj. Maldito domingo.

Arpía


Claro... ahora que me ha dado por escribir "ficción" (déjenme poner comillas, que las uso poco), resulta que me quedo sin mi sitio para el quejío diario.
Pues no.

Haremos un espacio mixto, de jamón y queso, y allá cada uno con lo que quiera interpretar.

Hablaremos hoy de la bonita expresión "sembrar la insidia".
Clase magistral o cagalera individual, a gusto del lector (sufrido, se me olvidaba).

El diccionario de la R.A.E. dice que insidia es Palabras o acción que envuelven mala intención.
También dice que es sinónimo de asechanza, así que veamos...
Asechanza: Engaño o artificio para hacer daño a alguien.
Coño, la R.A.E., lo bien que se explica... se entiende todito.

O sea, hablar de uno, pero no bien, antes al contrario, buscar la manera de joder a esa persona, por una vía o por otra. Y si para eso hay que mentir, pues vale mentir... ah, que es decir la verdad de forma... torticera ( adj. Injusto, o que no se arregla a las leyes o a la razón.) ?? pues bueno... aceptamos barco como animal acuático...

Hay quien siembra la insidia por deporte, porque eso es lo que ha aprendido en su casa, y ni siquiera es consciente de que toca los huevos, y mucho menos en qué grado.
Lo llamaremos el insidioso congénito. No toda la culpa es suya. Es más frecuente en la mujer que en el hombre... pero eso, miratú, es más cultural que otra cosa, y asistimos bastante ojipláticos a la inversión de la tendencia... pero si nos toca mejorar a las niñas, aunque sea porque los niños empeoran, putamadre.

Y tenemos un segundo grupo, que no siembra la insidia por sistema, sino de forma puntual, metódica y finamente organizada.
Percibes cómo te va acorralando, cómo va creando un grupo de adheridos, cómo se desvelan los intereses creados, cómo genera dinámicas de simpatía/antipatía y mueve todo el cosmos sólo para hacer ver que puede hacerlo.
Este tipo de insidiosos, daremos en llamarlos tontoloscojones.

Argüiré y justificaré el uso descarado de esta nomenclatura lo mejor que sepa, Señoría, se lo prometo.

El tontoloscojones (si es una hembra, es tontaloscojones, pero las características que le aplican son idénticas) es un espécimen que pulula por todas las capas sociales, aunque se deja ver bastante en la zona catetil.

Digamos que son los tontoloscojones vistosos. Gracias a ellos, todos sabemos qué es un tontoloscojones.

El cateto, por definición, es poco hábil cuando pretende sembrar la insidia. Así, se olvida de hablar bajo, de callarse cuando un individuo que no es de su pandi entra en escena, de borrar textos de ordenadores comunitarios, de avisar a sus adláteres de que el objeto de su encono es, aunque no santo de su devoción, sí digno de todo el respeto... y que una parte importante de su trabajo está en manos, fíjatetúquécosas, del objeto de su encono (que hay que ser gilipollas para no ir directamente y decir: oye, TAL , oye, CUAL, oye, TÚ, noséqué...)


Y por no llamar GILIPOLLAS al insidioso consciente (provenga o no de la clase catetil, descrita por ser más paradigmática, pero que no excluye su existencia en la noble clase alta, que el hijoputismo no discrimina), le llamo TONTOLOSCOJONES, y mayormente uso el genérico, porque la verdad es que, en este caso, es una tía.

Es lo que tienen las vacas sagradas... a partir de ciertos momentos, habría que proporcionarles buenos retiros, o buenas movilidades geográficas, que no se acomode ni dios, que no estamos trabajando con melones, aunque algunos lo parezcan. O estamos, o no estamos. Pero de cuerpo presente no, por favor. Un respeto a "los melones", que te van a curar el cáncer dentro de diez años. Si son repetidores, doce. Pero te lo acabarán curando.

Que nada... que compañeros chungos tiene todo el mundo, pero que a mí me ha dolido.
Y he fumado. Sólo uno.
Y estoy jodida, porque yo soy franca y no me gusta que hablen mal de mí sin que se me dé la opción de defenderme. Aunque entiendo que no me la quiera dar. Por si acaso.

Y también porque todo esto no es más que un calentón (suyo, yo soy fría como el hielo para con las féminas) porque no quise casarme con ella. Pero profesionalmente tengo vocación de elemento suelto, solterísima e independentísima. Y en lo demás, cada día más, también.
Y no quisiera cagarme dentro, pero me queda bien poco de convento, y no pienso renovar votos, que voy de nómada en toditos los aspectos de mi vida salvo en la marca de pintalabios y perfume, ahí mi fidelidad es enfermiza, oye.

Pues nada... que cuando el diablo no tiene que hacer, con el rabo mata moscas. Sin embargo, yo estoy muy ocupada, así que voy a ver si me resbala y no vuelvo a fumar por culpa de una vaca, por muy sagrada que sea.

Mañana* hablaremos de la mamá de Mauricín, o del propio Mauricín, que cada vez que pienso en él me salen granos en las orejas, qué repelencia de criatura, por favor!

(*) Mañana en el sentido en que lo usó Fray Luis, no me jodan.

Jaimeeeeeee---- (3)


Confesaré humildemente, querido gatomío, que este fragmento me ha resultado especialmente evocador, especialmente gozoso, como los misterios del rosario.

MAURICÍN

Ya de pequeñito se le veía así como tontorrón, despistado, medio ido, medio lelo, modorro en su totalidad, la vista perdida en lontananza o barlovento, que para el caso era lo mismo, y un curioso tic que se activaba cuando se le sacaba de su idiocia. Entonces, parpadeaba ciento cincuenta mil veces en dos nanosegundos y parecía aún más imbécil. Una vez parpadeado convenientemente, atendía a la segunda, respondía sin pensar lo que estaba diciendo y convertía una simple pregunta de respuesta sí/no en una conversación para besugos de alto standing.

Mami le defendía, le cobijaba de manera enfermiza bajo el ala, alegando que su chiquitín Mauricín tenía una vida interior muy activa, y una sensibilidad muy desarrollada.
Papi lamentaba el comentario y respondía que lo excesivo en el niño era la ropa interior, y que eso era lo que hacía que su sensibilidad al frío fuera tan exagerada, que mejor sería dejar más suelto al chico, que le diera el aire, que estaba amariconao perdido y más o menos gilipollas en función de la estación del año, aumentando clamorosamente en la primavera, como era de suponer.

Al chico le vino de perlas que mami se sintiera inútil si no cuidaba del chiquitín. Casi cuarenta tacos marcaba el cuentakilómetros de Mauricín y andaba mareando perdices con cara de cateto endomingao y camisa de cuadros de manga larga con vueltita de puño en el buen tiempo, mientras mami le preparaba el menú, le cambiaba cada dos días las sábanas de hilo y le ojeaba mozas de buena posición y mejor trapío que tenían todas las de perder si eran listas, porque no pasarían por el jugoso tálamo de Mauricín.
Lo único que tenía grande aquel cenutrio era la cuenta corriente.
Papi languidecía contemplando el vago redomao que había consentido criar.

No hubo más hijos.

El pequeño tirano con cara de tortilla de patata mal cuajada succionó culpabilidad maternal, acaparó para sí toda la atención y dejó sin sustento sentimental (ni del otro, huelga decir) al pobre papi, que no tardó en encontrar consuelo en los brazos de la dueña de una mercería de barrio, muy fina ella, muy de provincias, manicura rosita perla, muy de tapetes de ganchillo en los brazos del sillón, que tenía la insólita habilidad de recitarse la letanía del rosario en latín en lo que le duraba el éxtasis con don Mauricio padre.

Es de justicia decir que don Mauricio siempre fue un hombre taciturno pero muy cumplidor, y a una hembra no se la podía despachar con faenas de aliño. Se entregaba, sudaba la gota gorda y la mediana, y arrancaba devotos gemidos a Mariví en la trastienda, entre cajas de filtirés, canesús, cintas de terciopelo de cien colores, hiladillos variados, cremalleras, corchetes, fajas tubulares y sostenes corseteros

Mater castissima, ora pro nobis
Mater inviolata, ora pro nobis
Mater intemerata, ora pro nobis
Mater inmaculata, ora pro nobis...
Ay, Mauri!!! Maurimaurimaurimauri!!!!!
Qué ricooooooooooommmmmmmmm!!!!!

Qué felices eran los días de Mariví!
Qué sietemachos se sentía don Mauri, que marcaba el ritmo de sus empellones con cada Mater que exhalaba la dulce, modosa, ardiente e insaciable Mariví!
Aquello era un hombre, y no el zurriago de su hijo!
Aquello eran faenas de dos orejas, rabo, vuelta al ruedo, indulto al astado y vuelta a empezar, por el amor de Dios, Mariví, que no puedo con mi alma!
Y Mariví sonreía, picarona y provocativa, le ponía morritos y don Mauri se reencarnaba todas las veces que hiciera falta, que aquella mujer, gloria bendita, milagrito de última hora, no pedía pan, y daba tanto como quitaba.

Justicia poética!

Jaime... (2)


M'has tocao lo que no suena.
A ver lo que dura :)


Lo cierto es que se sentía algo cansada, algo harta, algo perdida.
No terminaba de encontrar la excusa adecuada para reinventarse, y andaba tropezando consigo misma y sus flecos eternos.
Si la vida hubiera sido más benevolente, le habría proporcionado alguna herramienta cortante para poder dejar atrás tanto...

Pero la vida era rácana para con ella, y, a decir verdad, tampoco ella trabajaba mucho aquello del borrón y la cuenta nueva, así que arrastraba el miedo de uno, la apatía del otro, la desconfianza de alguna, la soberbia y la impudicia de otra, el no pudo ser del único que supo llegar hasta el fondo del meollo y que fue expulsado del paraíso, por si acaso se le ocurría instalarse.

Se le quejaban: no te dejas querer.
Se defendía atacando: para qué?

No estaba claro si era el miedo a ser abandonada el responsable de aquella continua huida hacia adelante. Quizá el problema era un nivel de exigencia perfectamente inasumible para cualquier mortal del sexo opuesto. Leer el pensamiento no es un atributo considerado humano.
Quizá por eso, porque necesitaba sentirse necesitada y no necesitar a nadie, decidió vivir de enseñar.
Nunca echaría de menos a nadie más allá de un rato indefinidamente corto. Y sin embargo, tenía la plena consciencia de que podía hacerse inolvidable para los restos, para un par de veintenas anuales de proyectos de personas.
No había mejor propuesta.

Al fin y al cabo, para follar no hace falta encontrar un príncipe azul... más bien miles de imbéciles eventuales con una buena polla era una solución mil veces más eficaz. Y ya se sabe, que Dios da pañuelo a quien no tiene mocos, así que cuanto más tonto, mejor. Hortelano tonto, patata gorda.

El plano intelectual lo podía solventar por otras vías.
El plano emocional lo resolvía a solas, llorando, pero sólo en el caso de que otras cien mil maniobras de evitación, procrastinación y (de nuevo) huida, no hubieran funcionado.

Pero para pasar a la posteridad necesitaba a los niños.

Así las cosas, configuróse como una especie de personaje esquizoide, de extremos escalofriantes y apariencia sólida, controvertida, eficaz, tajante.
Profesional polémica por sus métodos poco ortodoxos, compañera inquietante, ácida y soberbia, colaboradora y solidaria, hija rebelde, madre atípica, sufridora y empática, relaciones públicas inigualable, militante visceral del partido misántropo (esto va porque no tengo nada claro que exista la palabra misántropa, y Bibiana Aído me parece una cateta de primer orden, y su miembra me traumó), amiga fidelísima, débil y complaciente.
Un caramelito para los estudiantes de último curso de psiquiatría.
Una auténtica perra.

Poderoso caballero...


Yo no sabía nada de esto, pero me apunto a lo que tiene sentido común.

Que un hijoputa de este calibre se chotee hasta de su madre, me parece el colmo del despropósito. Que una cosa es ser tolerante y otra muy distinta, ser gilipollas.
Y yo ya he entendido eso de los límites, y a éste, que paga por cientos, no le daba yo ni la hora. Por cabrón y por chorizo, por chulo y por cateto (será "Cachuli" la mezcla de "Chuli" y "cateti"? Dios... otra paja mental repentina!)
De todos modos, lo tengo fácil... yo no veo la tele, pero como tengo la peor suerte del mundo, fijo que si la enciendo, me aparece el careto de este mamón.

Que no, hombre, que no puede ser tanta gilipollez, tanta frivolidad, tanta corrección política.
Entre estos elementos y las hienas despreciables de Telecinco, este país parece una república bananera, joer.
Apagad la tele y coged un libro, queridos.
Que se note de dónde eran Lope, Calderón, Quevedo, Cervantes, Muñoz Molina, Clarín, Lorca, Machado...

Jaime...


Mientras Lope se quejaba de que Violante (Yolanda para los amigos) le mandaba hacer un soneto, somos unos cuantos los que recibimos reprimendas por no sentarnos a escribir "en serio".
Creo que me puede precisamente el pudor del que prescinde el personal cuando viene a comentar aquí...

Bien... aquí una mini-producción que dedico a mi gato del alma, padre de ese hijo nuestro que una bruja mala encerró en una torre.
Con amor, Gato, y en la confianza de que, antes o después, nos reiremos (más aún, y en público) de la bruja, del amo del calabozo y del cuento en general, y tendremos más hijos. Total, sólo es ponerse...

MALA SUERTE

No sabremos nunca si la pobre era así de nacimiento o las circunstancias de la vida fueron conformando aquello que al primer golpe de vista era una persona, sí, tenía por lo menos esa pinta, cabeza, tronco y extremidades, pero más bien era un dolor de tripa encubierto.
Sus rasgos no dejaban concretar demasiado su edad, pero yo siempre pensé que tendría tres o cuatro años más de cuarenta.
Tenía los ojillos pequeños y esquivos, llevaba gafas bastante pasadas de moda y bastante sucias siempre, sujetas sobre una nariz con una base ancha, carnosa y desagradable a la vista, como la nariz de un borracho. Labios finísimos, dientes muy pequeños, aspecto como de ratón. De rata, sería más preciso.
No era rubia, ni morena, ni castaña... tenía el pelo de un color milagroso, como la chupa del dómine Cabra, tan entrañable como repugnante. Un pelo de alambre de color indefinido.

No pronunciaba. Las escasísimas veces que la escuchamos hablar era realmente complicado entender bien lo que decía, porque suplía la articulación de algunas consonantes con otros sonidos. El efecto era curioso, porque si no la mirabas, la entendías. Pero si mirabas sus labios cuando hablaba, se generaba una distorsión entre lo que veías y lo que oías que te sacaba de la conversación para no poder recuperarla más.

Olía mal. Olía a viejo, a húmedo, a cueva, a encierro.
Olía a tristeza y a pan de ayer, a desabrigo y a tocino rancio.
Apestaba su amargura a cien mil kilómetros de distancia.
Una vez que entraba en tu campo sensorial no podías despojarte de aquel olor ponzoñoso que te llenaba de congoja y te hacía arrugar la nariz, como cuando te arriman el amoníaco, o hueles una mierda de perro por la calle. Ofendía.

Molestaba, jodía, intrigaba, mentía, interrumpía, daba polculo continuamente. Vivía del cuento, de la buena fe de los que la rodeábamos. A su paso sembraba un chaparrón de silencio denso e incómodo, como una arcada colectiva, un regüeldo de ajo.

Uno a uno nos fue minando la moral con su desfachatez y su afectación de enferma imaginaria e histérica, capaz de todo. Estoy segura de que sería capaz de vender a su madre, de acostarse con su cuñado o de desfalcar al mismísimo Winnie the Pooh.
Cuando quisimos darnos cuenta, no teníamos otra conversación que ella, y por supuesto hablábamos mal. Muy mal.

No discutíamos, ni siquiera le dirigíamos la palabra, pero eso no parecía importarle demasiado. Nunca tuvimos el valor de enfrentarnos a su aspecto manso, nos daba miedo y cierto asco, como ese asco que te entra cuando tienes que encajar la mano de alguien que te la ofrece fría, sudada y blanda. Mano pescao. Toda ella era así. Blanda, fría, repugnante como un sapo lascivo, como una trucha pasada de fecha, maloliente, fría y viscosa.

No la echábamos de menos cuando faltaba meses de forma fraudulenta, no la necesitábamos para nada.
No pregunté por ella en junio, en la cena de fin de curso. Era una insociable. Lo raro es que hubiese acudido a una reunión donde demasiado bien sabía que no se la iba a recibir con vítores.
No la encontré en septiembre, a la vuelta de vacaciones de verano.
Y tampoco pregunté, la verdad.

Hoy he tenido un pensamiento tenebroso, tanto tiempo sin verla, pero al girar la cabeza me he distraido solita, viendo al señor Juan, y se me ha ido el santo al cielo.
Me emociona ver al señor Juan, el conserje, regar un montículo que se ha inventado en el patio del cole, y que debe de abonar más que el resto de la zona de jardín, visto el buen ritmo al que crece un arbolito nuevo que parece un haya. Y los pensamientos que adornan el pie del árbol también están tremendos de flores, a pesar de los fríos nocturnos.
Tiene buena mano para las plantas, el señor Juan, y un sentido del humor un tanto negro, a mí a veces me escandaliza, porque tiene muy poco respeto por los feos, por los minusválidos, por los muertos. Cuenta unos chistes que rompen con todo lo establecido, con todo lo políticamente correcto... cachondísimos pero muy bestias. Con esa voz un puntito aguda, un puntito dulce de anciano rijoso y pasota, te compara un paralítico con una cucaracha en menos que canta un gallo. Y no se despeina, entre otras cosas porque no le importa lo que pienses, pero además porque es calvo como bola de billar.
El señor Juan es un buen tipo que siempre que le pides un favorcito te lo hace y con sonrisa en los labios, que es como mola que te hagan un favor.
A mí me ayudó a descargar el acuario, y le tengo encargado que engrase las bisagras de la estación meteorológica, que con el rocío se oxidan. También me vigila el huerto y me presta herramientas. Lo tiene todo niquelao.

María y yo nos guiñamos el ojo todas las mañanas, dejamos a nuestros alumnitos jugando al fútbol en el patio y nos quedamos embelesadas contemplando cómo el señor Juan cuida de nuestro nuevo árbol, y mientras tanto nos calentamos las manos con un cafelito con leche, buenísimo para la garganta, dicen.

María siempre dice mientras sorbe su cortado con mimo para no quemarse, que fue de una patada en el chichi de una de sus cien mil sustitutas de falsas bajas.
Yo creo que fue la toalla que le hizo tragar la de música, pero también dudo si no sería el de inglés cuando le arreó aquel gancho de izquierda... quizá le tocó alguna vértebra vertical, que diría mi cuadrilla de futuros médicos... quizá un empujoncito tonto, o una grapadora traicionera que escupe a las sienes... vete a saber... un colegio es un lugar de alto riesgo, saben?

Qué lindo crece el árbol.
Eso es lo que importa.

SOS


Algunas veces vivo y otras veces
la vida se me va con lo que escribo.
Algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón...

Me preocupa este nuevo acceso de sabinitis aguda, la verdad.

Os llaman la atención los símiles que utilizo a veces para no decir abiertamente lo que sí digo bajo recursos estilísticos sobados y manidos.
Si Quevedo levantara la cabeza me daría una colleja king size.
Os gusta que os transmita mi emoción, y a mí me gusta hacerlo, porque no me cuesta trabajo y es agradable saber que os puedo conmover.
Os gusta reir conmigo, o de mí, o de mi forma de contar las cosas.
Y a mí me gusta saber que puedo dibujar una sonrisa al final del día, que buena falta nos hace a todos, que no?

Pero hoy no tengo un símil para explicar que me estoy dando cabezazos contra la pared, y que esta pared es dura, rugosa, con aristas... y no dejo de darme cabezazos contra la pared de manera obsesiva.
Porque esta pared no tendría sentido sin mis golpes.
Y me pregunto cuándo sacará brazos y me contendrá, y me albergará, y entenderá que intento dar sentido a su existencia, que es lo que ando buscando.
Me pregunto si las paredes tienen la facultad de semejante cosa, y mucho me temo que la respuesta es un no rotundo.

También pienso que yo sí podría vivir sin más golpes.
Volver al desierto, plácido y muelle, cicatrizar, crear callo, anestesiarme y mantener las constantes vitales. Y sólo eso.

Venga... propón un símil, a ver si me sale un post decente, que hace mucho que no escribo nada potente.
No vale el tenis, el frontón, la pelota vasca ni similares.
Tropezar con la misma piedra sería demasiado fácil.
Estrújense el cerebro mientras me plancho el corazón.
Les espero.


Secuencia infernal


Todas las mañanas levanto un castillo con torreones, almenas, puente levadizo,enormes chimeneas, foso, banderas y caballerizas.

A mediodía más que castillo es un adosado de medio pelo con las camas sin hacer.
Por la tarde se me convierte en una choza, y al final del día tengo la sensación
de pasarme la vida fregando los platos de otros.

Al día siguiente, vuelve a ser un castillo.
Y por la noche, una choza infecta.

Y así desde el origen de los tiempos.
Y hasta el final.