En un primer y único arrebato pensó que vomitar todo un mundo ante sus ojos sería el modo más directo de hacer ver lo que no era capaz de expresar de ningún otro modo.
Tenía la piel blanda como una rana y porosa como un elefante, y no sabía parapetarse. Nadar y guardar la ropa. Demasiadas cosas a la vez.
Sabía de antemano que el vómito incontenible era un método agresivo, pero eficaz.
E incontenible. Y franco, y valiente. E incontenible.
Se ponía en riesgo, descubría sus puntos débiles… cuando vomitas, vomitas. Si salpica…
Y vomitó.
Vomitó largo y hondo, sin pensar, para no ocultar pero administrando bien cuáles serían las espinas que dejaría al descubierto. Las antiguas, las que circulan por el torrente sanguíneo desde el principio de los tiempos, son incurables. Quedaron sin desvelar.
Lloraba a la par que desgranaba algunos de sus dolores, sabiendo que enturbiaba el caudal que hasta entonces tan alegremente había corrido a la puerta de su casa. No encontró otro medio.
Ante el silencio creyó estar siendo protegida discretamente.
Y respetó el silencio. Y se sintió protegida y agradecida.
Hoy sabe que hizo mucho más que bien en no decir ni una décima parte de lo que la parte en dos cada vez que los días se acortan.
No sabe hasta qué punto todo eso se volverá como un boomerang en cualquier momento. No sabe contra quién lucha, si es un ejército o el mensajero. No sabe si está luchando.
Se reitera y se atrinchera en el tópico del valor infinito de sus silencios. Admite humildemente que sigue siendo tonta como mata de habas, que abre demasiadas puertas, y a cada puerta que abre, recibe un silencio atronador, una ráfaga de viento que se cuela por los quicios y barre cualquier atisbo de calidez. Una espantá. Un... nada.
Admite que no aprende. Que no hay posibilidad ni medio remota de aprender algo de esta extraña farsa que se llama humanidad. Que ni satisfará nunca las expectativas ajenas, ni los ajenos tendrán ni puta idea jamás de qué es lo que espera.
Si es que alguna vez esperó algo.
Las jugadas posteriores son más de lo mismo.
Esto no es nuevo. Ya no duele.
El rey de Siam tiene el pecho acogedor y generoso, sonrisa paternal y bastantes dedos de frente.
Tener un pilar y dos referentes salva la vida a diario. Varias veces.
Feliz Navidad, again.
Tenía la piel blanda como una rana y porosa como un elefante, y no sabía parapetarse. Nadar y guardar la ropa. Demasiadas cosas a la vez.
Sabía de antemano que el vómito incontenible era un método agresivo, pero eficaz.
E incontenible. Y franco, y valiente. E incontenible.
Se ponía en riesgo, descubría sus puntos débiles… cuando vomitas, vomitas. Si salpica…
Y vomitó.
Vomitó largo y hondo, sin pensar, para no ocultar pero administrando bien cuáles serían las espinas que dejaría al descubierto. Las antiguas, las que circulan por el torrente sanguíneo desde el principio de los tiempos, son incurables. Quedaron sin desvelar.
Lloraba a la par que desgranaba algunos de sus dolores, sabiendo que enturbiaba el caudal que hasta entonces tan alegremente había corrido a la puerta de su casa. No encontró otro medio.
Ante el silencio creyó estar siendo protegida discretamente.
Y respetó el silencio. Y se sintió protegida y agradecida.
Hoy sabe que hizo mucho más que bien en no decir ni una décima parte de lo que la parte en dos cada vez que los días se acortan.
No sabe hasta qué punto todo eso se volverá como un boomerang en cualquier momento. No sabe contra quién lucha, si es un ejército o el mensajero. No sabe si está luchando.
Se reitera y se atrinchera en el tópico del valor infinito de sus silencios. Admite humildemente que sigue siendo tonta como mata de habas, que abre demasiadas puertas, y a cada puerta que abre, recibe un silencio atronador, una ráfaga de viento que se cuela por los quicios y barre cualquier atisbo de calidez. Una espantá. Un... nada.
Admite que no aprende. Que no hay posibilidad ni medio remota de aprender algo de esta extraña farsa que se llama humanidad. Que ni satisfará nunca las expectativas ajenas, ni los ajenos tendrán ni puta idea jamás de qué es lo que espera.
Si es que alguna vez esperó algo.
Las jugadas posteriores son más de lo mismo.
Esto no es nuevo. Ya no duele.
El rey de Siam tiene el pecho acogedor y generoso, sonrisa paternal y bastantes dedos de frente.
Tener un pilar y dos referentes salva la vida a diario. Varias veces.
Feliz Navidad, again.