La propiedad privada


Cualquiera que me conozca de más de dos días sabe bien que soy una persona generosa y franca.
No es un gran capital, pero es lo que hay.

Generosa en exceso, y en exceso franca, es cierto. Soy bastante excesiva, tengo problemas a la hora de ponerme límites, debería ser más reservada y más contenida.

Tengo más años de los que me gustaría tener ahora mismo.
Tengo algunos problemas de salud un tanto insidiosos.

Tengo dos hijas insoportables y se me antojan ingobernables a ratos.
Supongo que las dos necesitan un par de hostias, y yo necesito dárselas. Ya.


Tengo emociones.
Son mías.

Tengo derecho a odiar, aunque no lo hago... es cansado y estéril.
Tengo todo el derecho del mundo a frustrarme, a desencantarme, a enfadarme y a que se me note.

Tengo derecho.
Es lo único que tengo.


Sin embargo, tengo que encerrarme en una habitación a llorar de rabia y decepción para que no se me moleste nadie.
No hay derecho.


Hay días (hay noches) en que ni saber que andas ahí detrás me alivia.
Quiero volver a hacerte reir. Pero antes tengo que dejar de llorar.

Dame un momento.





...mándame en un sobre tu sonrisa rota...