Es cierto, digan lo que digan los gurús gafapasta y otros supuestos literatos, que se escribe mejor cuando estás tocado.

Si te duele el corazón, si te han decepcionado, si estás en la cuerda floja, si algo te desconcierta, es fácil liarse a parrafazo limpio y sacar en un tiempo no superior a veinte minutos un post medio decente.

Si tienes ansiedad, ya es la bomba. Escribes como si fuera una hemorragia.

El problema (¿problema?) viene cuando las cosas se asientan, cuando aprendes a relativizar, cuando la noche es para dormir tranquila (o no, pero la usas bien), la cuenta corriente deja de correr hacia abajo, aprendes un poco más de matemáticas y llegas a contar hasta diez, el ex marido se convierte en un ectoplasma desprovisto del poder de hacer daño, los amigos te quieren y lo notas, el señor que te okupa media cama dice que también.... las niñas te sacan ya tres palmos y se te cae la baba viendo tanta alegría y tanta hermosura. Y por supuesto, todos los días te quedas con las ganas de desplumar esos pavos con un poco más de celeridad, no nos engañemos. La adolescencia ajena es insoportable. La propia, mágica.

Entonces, si no hay dolor ¿para qué coño vas a escribir, teniendo como tienes a la parroquia acostumbrada al quejío hormonal continuo?

Pues por eso no escribo. Leo, mucho, a todos vosotros.

Pero estoy pasando por eso que llaman una calma chicha que por un lado no quiero que acabe, porque me permite descansar. Por otro lado, por supuesto, necesito aventura.

A ver si me invento la aventura desde la punta de los dedos contra las teclas y nos dejamos de polladas.

Tutto bene.

Se les quiere, ésta es la prueba.