Para Coco, que me reclama. Con amor.




Con el buen tiempo empezó a notar unas incómodas mariposas en el estómago y una extraña necesidad de echar la vista atrás, pensando qué habría sido de Fulano o Mengana.

Con su habitual falta de tacto se puso manos a la obra, saludando a los fantasmas del pasado como si no supiera que detrás de cada historia había viejas heridas que dejó abiertas y cubiertas de sal. Talmente el imbécil Mauricín de antaño, un poco más viejo, un poco más convencido de su posición de privilegio, con sus puños de la camisa vueltos hacia atrás, su pelo engominado y algo más largo de lo que marcan las buenas costumbres, que es lo que marcaba la moda desde hacía un par de años. El imbécil Mauricín que había sembrado el dolor por su entorno como quien reparte bolsas de pipas.

Con más pena que gloria apeló a los viejos tiempos para recuperar a Fulano y a Mengana recurriendo a recursos poco diplomáticos y más propios de un gañán que del supuesto caballero que siempre creyó ser.

Fulano puso tal distancia que, aunque hubiera querido recuperar el contacto, era ya imposible. Suerte de crisis que le llevó al culo del mundo con un trabajo que le llenaba y que puso en su camino una nueva vida llena de retos, de alegrías y potentes anclajes. Fulano ya no era Fulano, sino don Fulano.  Feliz, completo y sin vuelta atrás.

Mengana, la pobre, sintió un pinchazo en el pecho cuando descolgó el teléfono cuyo número ya entonces había olvidado y reconoció al otro lado del auricular a su verdugo. ¿Qué demonios quiere este mequetrefe a estas alturas de la vida? ¿Dónde está el sentido común? ¿Quién le ha dado mis direcciones? Juró y perjuró que había borrado mi correo, mi teléfono, que había olvidado que existo... ¿a santo de qué viene ahora a preguntarme cómo estoy? 

Mauricín se deshizo en explicaciones absurdas sobre lo importante que era mantener buenas relaciones con la gente a la que has querido, la necesidad de restañar heridas y mantener una cierta fluidez en la comunicación, por aquello de ser civilizados, educados en caros colegios, amigos de la familia y todo eso... porque fuimos importantes el uno para el otro, porque tenemos mucho que aportarnos desde una relación cordial de amigos, y toda esa sarta de lugares comunes a donde van a parar todos los hijos de la gran puta.

Mengana, que recordaba tanto los cuernos como los abrazos, la cruel indiferencia de que fue objeto como el profundo amor que le profesó antaño, escuchó atentamente la perorata, recibió durante semanas hermosos textos llenos de cariño y respeto, algún que otro ramo de flores y finalmente una proposición para una cita.

Con la paciencia de las gentes de buen corazón aguantó estoicamente las entradas del adefesio Mauricín respondiendo siempre con silencio.

Porque las historias mal cerradas vuelven una y otra vez sobre sus pasos. Y cuando la pelota está en su tejado, Mengana sabe muy bien cómo administrar lo que Mauricín no soporta: la incertidumbre.

Galbana


En este estado de "mañana, mejor" pasa el tiempo sin acordarme de este sitio donde yo escribía tanto y tan bien.

Es tan gordo el tema que, cuando he venido a verme me he dado cuenta de que tenía otros blogs más o menos cerrados y ni siquiera he sido capaz de acordarme de la contraseña para entrar, aunque nada más fuera que a borrarlos. Ya no me hacen servicio.

La cosa es que va García Márquez y se muere, el tipo. A la vez, una de mis retoñas se lee la Crónica de una muerte anunciada y yo empiezo a recordar la sensación tremenda que me producía leer a este genio que nos ha dejado medio lelos, medio cojos, totalmente huérfanos. Coño... si me oye Vargas Llosa me cruje y con razón. Entre otros.

Se nos mueren los genios y es una putada.
Voy a ver si me enrollo de una vez y le hago alguna que otra sustitución.

Me propongo firmemente recuperar el hábito terapéutico y altamente socializador de escribir con una frecuencia razonable. Ea.


Y que Gabo me perdone, de antemano. Pero hoy, con un par, he puesto el primer párrafo de los Cien Años de Soledad en la pizarra digital y mis chicos de diez años, leyéndolo en voz alta y por turno riguroso han flipao. 


HAN FLIPAO!! Y eso me ha hecho recuperar momentáneamente la fe en la Humanidad.

Venga.