Decíamos ayer...


Los días buenos madrugaba.
Se comía una manzana y salía a correr un rato por ahí, aprovechando la cercanía del monte. Pero no un monte cualquiera. Un monte civilizado, del que habían huído los jabalíes y las culebras. Un bosque preparado para que los seres humanos, superiores en tantísimo, pudieran tirar por la borda los excesos cometidos cada vez que se sentaban ante la mesa.
Aquello de alimentarse había dado paso a la gran cultura de la gastronomía, de la que no todo el mundo participaba.
Pero nuestro Mauricín sí.
Mauricín se cuidaba como un pichón, lo cual incluía un desayuno preparado por Mami consistente en un zumito de naranja lo primero de todo, para darse después una ducha y, pasada media horita, sentarse ante un opíparo (y ovíparo, que había huevos fritos) desayuno con su periódico del día, recién salido del buzón. Un buzón de derechas de toda la vida que recibía el diario, la hoja parroquial y las facturas e informes de los estados financieros del niño y su mamá, que a la postre eran los gestores de la pasta gansa.

Costurera hábil, cocinera aceptable, proba observante de las normas de aquella inmarcesible Pilar Primo de Rivera, que tantos escalofríos produciría en las infinitas fallidas futuras nueras, Mami había sido educada en las monjas y, al ser hija única, había heredado una pequeña fortuna. Malgastaba toda su energía en obtener una sonrisa diaria, sólo una, del tacaño Mauricín, soso por definición, estúpido de profesión. Desagradecido por educación.
Los dineritos de Mami habían sido gestionados con suficiente buen criterio por don Mauricio hasta que el vástago del matrimonio tuvo suficiente edad, y sólo eso, como para hacerse cargo de la administración de los bienes familiares. Y como si de un Scalextric se tratase, firmó doña Mami los poderes para que el Niño se divirtiera con los millones como si fueran billetes del Monopoly.
Coches por aquí, viajes por allá y esa inconfundible imagen de catetillo vestido de marca bien visible, de pies a cabeza, reloj tamaño lata de sardinas, gomina hasta en las cejas y mirada de reojo (a ver si me miran, jo...).
Mauricín era una auténtica golosina para la viborilla de su barrio.

-Vaya cochazo, Mauricín... ya sabes lo que dicen...
- Llámame Mauricio, bonita.
- No me llames bonita que mojo la braga, Mauricín... y con ese cochazo, está claro que no vas a poder resolverlo...
- El qué?

Los días buenos, decíamos ayer, madrugaba...

9 comentarios:

coco dijo...

Jorl, que si no lo quiere la viborilla: me caso yo con Mauricín!

Ana dijo...

Y te camelas a la viborilla??

No lo veo, COCOROTO, pero dame un mes que te voy a dibujar bien perfilao y sin foto ni ná.
:P
Beso.

Jaime dijo...

mojar la braga...

estar preparada para un arrebato más entre las sábanas ¿te he dicho que hace mucho frío por aquí?

Ana dijo...

QUERIDO GATO, arrímate a la gata para combatir el frío.

Dicen las malas lenguas que el grajo vuela bajo en la corte, sí, y hay días que hasta se posa en los balcones.

No me cojas frío, cuídate mucho por los cinco costados.
Beso.

NoSurrender dijo...

no sé si el grajo vuela bajo o no en Madrid, pero hace un frío del carajo. Yo lo que no entiendo es eso de madrugar. ¿hay gente que lo hace? ¡Qué masoquismo!

Antón Abad dijo...

Buenas noches señora Tormento, la verdad es que no lo he entendido.

d2 dijo...

Me encanta Mauricin, bueno, Mauricin no que es de patada en la boca, me encanta como lo has creado o descrito, que aun no se si el pollo es de la familia política o de tu imaginación… Lo malo es que Mauricin es mucho mas adictivo que la nicotina, esa descripción necesita a gritos una historia, no sé si truculenta o tierna, pero te lo juro, necesito verlo moverse… Un beso enorme Miguel

Jaime dijo...

Conste que yo dije ficción...

la gata dice que un saludo, aunque ya no hace tanto frío. Ahora llueve como si esto fuese el puto London pero en vez de Punquis tengo unos rumanos reduciendo la basura a hostias para quedarse con los metales nobles e innobles de los circuitos. Aún no les he sacado una foto, pero estoy en ello.

Ana dijo...

LAGARTO, madrugar es un deporte absolutamente deleznable.
Pero hay millones de seres humanos que lo practican. Incluso los hay que dicen que es fantástico, porque el día da más de sí.
Yo soy búho, así que ni lo entiendo ni me lo creo... supongo que como tú, que estoy segura de que madrugas como un pringao más, pero ejerciendo de rebelde.
Con causa :P
Un beso.

PATER, estoy intentando dibujar media docena de personajes y luego buscar una historia para ellos.
No hay mucho más que entender, querido, ni siquiera doble lectura si no quiere :)
Un (casto) beso.

DEDITOS, estoy loca por ver a Mauricín moverse, pero te aseguro que se me hace un poco tarugo, un poco soso, un poco... GILIPOLLAS. De patada en la boca, tú lo has dicho.
Necesito verlo mejor, darle un poco más de vida, pero me he empeñado en organizar algo con este despreciable sapito y sé que me va a costar mucho, pero lo voy a hacer.
Estás estupendo en esa foto!
Beso

GATO, mis respetos a su gata, lo primero.
Es ficción, coño!!
Hay miles de personajes sueltos por el mundo que podrían responder a esta descripción. Digo yo...
Me gusta comprobar que es creíble, eso me anima mucho :)
Es ficción, Jaimeeeeenomejodassss :P
Cuídate, cariño. Y si hay algún sofá en buen estado, baja a partirte la cara, que me hace falta mobiliario!!
Besazos.