Es de todos conocido ese bonito lugar común de que el tiempo lo pone todo en su sitio.
Es menor el número de personas que sabe de mi capacidad de sentenciar y condenar (normalmente al ostracismo o al etiquetado de subnormalidad profunda con agravantes de mala follá) desde una especie de tribuna llamada blog donde me escribo encima sin más censura que la propia, que puede parecer poca pero a mí siempre me resulta excesiva.
Hasta escribiéndome encima me contengo. El día que deje de contenerme,será otro, y con toga, el que me sentencie a mí por atentar contra el honor de algún/a malnacid@.
Pero antes habré bailado sobre su tumba.
Hoy ha sido un día extraño, con capítulo social a reseñar.
Hacía más de cinco años que no coincidía con "alguien" muy especial, en el mejor de los sentidos.
Alguien con suficiente rapidez dialéctica como para aguantar el tirón y cerrarme la boca con razones incontestables o impertinencias mejor paridas que las mías propias.
Alguien que se partió (lo partieron) en dos y se retiró a los cuarteles de invierno a recomponerse, y nunca más volvió.
Alguien a quien no eché de menos cuando se esfumó (en el sentido de sfumato leonardesco), pero tampoco nunca de más, alguien que siempre estuvo en su sitio, alguien elegante e irreprochable.
Alguien con el punto justo de descaro, elegancia y saber estar.
Sus excesos míticos están en boca de todos menos en la suya. Un tipo con clase, de esos tipos con estilo incorporado de serie, no trabajado, no afectado, un caballero.
Alguien que, de haber estado cerca en un determinado momento, hubiera sido un gran pilar.
Pero no era el momento, ni suyo ni mío, no tocaba. El diálogo hubiera sido imposible entonces. Hoy era el día.
Creo que he recuperado a mi alguien. Ahora que ya lo que toca es desligarse, entiendo que perderé más de lo que quisiera reconocer, y es que perderé algo que nunca fuí consciente de tener: el respeto de gente a quien yo también respeté siempre.
Y me reconforta. Y me halaga ese "es que tú impones". Gracias, querido. Entiendo bien la intención, y la agradezco en lo que vale, pero no me gusta imponer.
Sin saberlo, mantenemos una línea de acción asombrosamente paralela y discreta, resumida en grandes sentencias: El mejor desprecio es no hacer aprecio. Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios. Valemos más por lo que callamos.
No saben vivir sin nosotros. Pero nos hacen la vida imposible. Cuentan los tiempos en función de lo que tardas en escribir un post o pasarte por un lugar determinado a dar señales de vida... vale... que hablen de tí, aunque sea bien.
Supongo que les cuesta trabajo encontrar algo malo en lo que apoyar la insidia, la insania, la envidia, la putada de ver pasar el tiempo y verte mejorado, enderezado, florecido, floreciente, renacido, remozado, reconciliado. Que se jodan una y mil veces. Que se muerdan la lengua y se envenenen mientras te pagan una birra tras otra. Penintentiam Agite! Penitenciagite, que decía el pobre Salvatore en El nombre de la rosa!!
¡Doblen el espinazo, miserables! ¡Ríndanse ante la evidencia de su injusticia y su cortedad de miras! Jódanse y admiren el resultado de la purga, lenguaraces! (joder, cariño, lo que me cuesta poner el primer signo de admiración/interrogación!!)
Es el tiempo.
Lo pone todo en su sitio.
Y si no, pregunta a mi contador de visitas, por empezar desde algún sitio.
Por cierto... la señora de la foto de mi perfil no es cualquier foto en blanco y negro escogida al azar.
Es Isadora Duncan.
Es menor el número de personas que sabe de mi capacidad de sentenciar y condenar (normalmente al ostracismo o al etiquetado de subnormalidad profunda con agravantes de mala follá) desde una especie de tribuna llamada blog donde me escribo encima sin más censura que la propia, que puede parecer poca pero a mí siempre me resulta excesiva.
Hasta escribiéndome encima me contengo. El día que deje de contenerme,será otro, y con toga, el que me sentencie a mí por atentar contra el honor de algún/a malnacid@.
Pero antes habré bailado sobre su tumba.
Hoy ha sido un día extraño, con capítulo social a reseñar.
Hacía más de cinco años que no coincidía con "alguien" muy especial, en el mejor de los sentidos.
Alguien con suficiente rapidez dialéctica como para aguantar el tirón y cerrarme la boca con razones incontestables o impertinencias mejor paridas que las mías propias.
Alguien que se partió (lo partieron) en dos y se retiró a los cuarteles de invierno a recomponerse, y nunca más volvió.
Alguien a quien no eché de menos cuando se esfumó (en el sentido de sfumato leonardesco), pero tampoco nunca de más, alguien que siempre estuvo en su sitio, alguien elegante e irreprochable.
Alguien con el punto justo de descaro, elegancia y saber estar.
Sus excesos míticos están en boca de todos menos en la suya. Un tipo con clase, de esos tipos con estilo incorporado de serie, no trabajado, no afectado, un caballero.
Alguien que, de haber estado cerca en un determinado momento, hubiera sido un gran pilar.
Pero no era el momento, ni suyo ni mío, no tocaba. El diálogo hubiera sido imposible entonces. Hoy era el día.
Creo que he recuperado a mi alguien. Ahora que ya lo que toca es desligarse, entiendo que perderé más de lo que quisiera reconocer, y es que perderé algo que nunca fuí consciente de tener: el respeto de gente a quien yo también respeté siempre.
Y me reconforta. Y me halaga ese "es que tú impones". Gracias, querido. Entiendo bien la intención, y la agradezco en lo que vale, pero no me gusta imponer.
Sin saberlo, mantenemos una línea de acción asombrosamente paralela y discreta, resumida en grandes sentencias: El mejor desprecio es no hacer aprecio. Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios. Valemos más por lo que callamos.
No saben vivir sin nosotros. Pero nos hacen la vida imposible. Cuentan los tiempos en función de lo que tardas en escribir un post o pasarte por un lugar determinado a dar señales de vida... vale... que hablen de tí, aunque sea bien.
Supongo que les cuesta trabajo encontrar algo malo en lo que apoyar la insidia, la insania, la envidia, la putada de ver pasar el tiempo y verte mejorado, enderezado, florecido, floreciente, renacido, remozado, reconciliado. Que se jodan una y mil veces. Que se muerdan la lengua y se envenenen mientras te pagan una birra tras otra. Penintentiam Agite! Penitenciagite, que decía el pobre Salvatore en El nombre de la rosa!!
¡Doblen el espinazo, miserables! ¡Ríndanse ante la evidencia de su injusticia y su cortedad de miras! Jódanse y admiren el resultado de la purga, lenguaraces! (joder, cariño, lo que me cuesta poner el primer signo de admiración/interrogación!!)
Es el tiempo.
Lo pone todo en su sitio.
Y si no, pregunta a mi contador de visitas, por empezar desde algún sitio.
Por cierto... la señora de la foto de mi perfil no es cualquier foto en blanco y negro escogida al azar.
Es Isadora Duncan.
4 comentarios:
La jardinera en su afán de regar sus risas, se volvió regadera.
Y como una auténtica regadera, manejó su azada con fatalidad y se cargó su espléndido vergel poniendo fin a su jardín.
Pero paseando por las nubes encontró una parcela y dibujando flores con pinturas de colores recuperó la esencia de sus huellas.
No quiero más vientos que borren vuestra estela.
Te guardo de nuevo en mi pared de enredaderas. Te invito al festín de néctar, polen y madreselvas. Tienes la puerta abierta.
La jardinera de risas
Isadora Duncan, comparada con cualquier bailarina actual, parecería un pato con movimientos espasmódicos; sin embargo, ha atravesado el tiempo como la musa por excelencia de la danza. Eso seguramente se debe a algo ajeno al baile en sí, a un magnetismo que nadie ha podido soslayar, y como no podían explicarlo, basaban su admiración en lo hipotéticamente admirable.
Esta entrada suya de hoy me gusta especialmente, porque habla claro como siempre (esto es: dando un poco de caña), y porque menciona esos aspectos, secundarios al ojo no avisado, y sin embargo esenciales. La coherencia puede estar incluso en el cambio de opinión; sólo unos pocos son capaces de entender esto, los que captan lo auténticamente importante de nuestros afectos. Me alegro que haya recobrado a esa voz que le acompañó incluso tras haber callado. La gente noble es como los enanos, que tienen un sexto sentido que les permite reconocerse entre sí.
Es una pena. Los maledicentes habrían aguantado un quilo más de cera sin inmutarse. Es lo malo que tienen los cabrones. Ni llamándoselo a la cara se reconocen hasta que el calor se la incendia. ¡Que se jodan!
El respeto verdadero, cuando se tiene, nunca se pierde.
Besos
Querido ABAD, don Antón, me interesa la Duncan por su espíritu luchador y porque si se emperraba en atravesar una pared, lo hacía aunque fuera a cabezazos.
No la he visto bailar ni siquiera en pelis antiguas... ni siquiera sé si existen, pero la biografía de esta señora es de escalofrío. Eso es lo que importa, y usted lo ha reflejado estupendamente.
Mi "alguien" es de difícil etiquetaje, difícil de reconocer, difícil de verle afiliarse, unirse, solidarizarse con alguien si no es un caso de verdadera necesidad... me sorprendió ver cómo se ponía de mi lado incondicionalmente, la verdad. No me lo esperaba y en cambio me pareció que era lo que tenía que hacer.
Un caballero muy, muy discreto y con ese tesorazo que se llama sentido común.
Me da que usted comparte algunas virtudes con él.
Un beso grande, querido.
INSTI... los maledicentes son una raza que nunca se extinguirá. Se reproducen por esporas, porque supongo que con esa mala hostia deben follar más bien poco. Y más bien mal.
Como muy bien has dicho, QUE SE JODAN. Añadiría incluso: que les den por culo con una caña rajá.
Un beso, hermoso.
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