Confesaré humildemente, querido gatomío, que este fragmento me ha resultado especialmente evocador, especialmente gozoso, como los misterios del rosario.
MAURICÍN
MAURICÍN
Ya de pequeñito se le veía así como tontorrón, despistado, medio ido, medio lelo, modorro en su totalidad, la vista perdida en lontananza o barlovento, que para el caso era lo mismo, y un curioso tic que se activaba cuando se le sacaba de su idiocia. Entonces, parpadeaba ciento cincuenta mil veces en dos nanosegundos y parecía aún más imbécil. Una vez parpadeado convenientemente, atendía a la segunda, respondía sin pensar lo que estaba diciendo y convertía una simple pregunta de respuesta sí/no en una conversación para besugos de alto standing.
Mami le defendía, le cobijaba de manera enfermiza bajo el ala, alegando que su chiquitín Mauricín tenía una vida interior muy activa, y una sensibilidad muy desarrollada.
Papi lamentaba el comentario y respondía que lo excesivo en el niño era la ropa interior, y que eso era lo que hacía que su sensibilidad al frío fuera tan exagerada, que mejor sería dejar más suelto al chico, que le diera el aire, que estaba amariconao perdido y más o menos gilipollas en función de la estación del año, aumentando clamorosamente en la primavera, como era de suponer.
Al chico le vino de perlas que mami se sintiera inútil si no cuidaba del chiquitín. Casi cuarenta tacos marcaba el cuentakilómetros de Mauricín y andaba mareando perdices con cara de cateto endomingao y camisa de cuadros de manga larga con vueltita de puño en el buen tiempo, mientras mami le preparaba el menú, le cambiaba cada dos días las sábanas de hilo y le ojeaba mozas de buena posición y mejor trapío que tenían todas las de perder si eran listas, porque no pasarían por el jugoso tálamo de Mauricín.
Lo único que tenía grande aquel cenutrio era la cuenta corriente.
Papi languidecía contemplando el vago redomao que había consentido criar.
No hubo más hijos.
El pequeño tirano con cara de tortilla de patata mal cuajada succionó culpabilidad maternal, acaparó para sí toda la atención y dejó sin sustento sentimental (ni del otro, huelga decir) al pobre papi, que no tardó en encontrar consuelo en los brazos de la dueña de una mercería de barrio, muy fina ella, muy de provincias, manicura rosita perla, muy de tapetes de ganchillo en los brazos del sillón, que tenía la insólita habilidad de recitarse la letanía del rosario en latín en lo que le duraba el éxtasis con don Mauricio padre.
Es de justicia decir que don Mauricio siempre fue un hombre taciturno pero muy cumplidor, y a una hembra no se la podía despachar con faenas de aliño. Se entregaba, sudaba la gota gorda y la mediana, y arrancaba devotos gemidos a Mariví en la trastienda, entre cajas de filtirés, canesús, cintas de terciopelo de cien colores, hiladillos variados, cremalleras, corchetes, fajas tubulares y sostenes corseteros
Mami le defendía, le cobijaba de manera enfermiza bajo el ala, alegando que su chiquitín Mauricín tenía una vida interior muy activa, y una sensibilidad muy desarrollada.
Papi lamentaba el comentario y respondía que lo excesivo en el niño era la ropa interior, y que eso era lo que hacía que su sensibilidad al frío fuera tan exagerada, que mejor sería dejar más suelto al chico, que le diera el aire, que estaba amariconao perdido y más o menos gilipollas en función de la estación del año, aumentando clamorosamente en la primavera, como era de suponer.
Al chico le vino de perlas que mami se sintiera inútil si no cuidaba del chiquitín. Casi cuarenta tacos marcaba el cuentakilómetros de Mauricín y andaba mareando perdices con cara de cateto endomingao y camisa de cuadros de manga larga con vueltita de puño en el buen tiempo, mientras mami le preparaba el menú, le cambiaba cada dos días las sábanas de hilo y le ojeaba mozas de buena posición y mejor trapío que tenían todas las de perder si eran listas, porque no pasarían por el jugoso tálamo de Mauricín.
Lo único que tenía grande aquel cenutrio era la cuenta corriente.
Papi languidecía contemplando el vago redomao que había consentido criar.
No hubo más hijos.
El pequeño tirano con cara de tortilla de patata mal cuajada succionó culpabilidad maternal, acaparó para sí toda la atención y dejó sin sustento sentimental (ni del otro, huelga decir) al pobre papi, que no tardó en encontrar consuelo en los brazos de la dueña de una mercería de barrio, muy fina ella, muy de provincias, manicura rosita perla, muy de tapetes de ganchillo en los brazos del sillón, que tenía la insólita habilidad de recitarse la letanía del rosario en latín en lo que le duraba el éxtasis con don Mauricio padre.
Es de justicia decir que don Mauricio siempre fue un hombre taciturno pero muy cumplidor, y a una hembra no se la podía despachar con faenas de aliño. Se entregaba, sudaba la gota gorda y la mediana, y arrancaba devotos gemidos a Mariví en la trastienda, entre cajas de filtirés, canesús, cintas de terciopelo de cien colores, hiladillos variados, cremalleras, corchetes, fajas tubulares y sostenes corseteros
Mater castissima, ora pro nobis | |
Mater inviolata, ora pro nobis | |
Mater intemerata, ora pro nobis | |
Mater inmaculata, ora pro nobis... |
Ay, Mauri!!! Maurimaurimaurimauri!!!!!
Qué ricooooooooooommmmmmmmm!!!!!
Qué felices eran los días de Mariví!
Qué sietemachos se sentía don Mauri, que marcaba el ritmo de sus empellones con cada Mater que exhalaba la dulce, modosa, ardiente e insaciable Mariví!
Aquello era un hombre, y no el zurriago de su hijo!
Aquello eran faenas de dos orejas, rabo, vuelta al ruedo, indulto al astado y vuelta a empezar, por el amor de Dios, Mariví, que no puedo con mi alma!
Y Mariví sonreía, picarona y provocativa, le ponía morritos y don Mauri se reencarnaba todas las veces que hiciera falta, que aquella mujer, gloria bendita, milagrito de última hora, no pedía pan, y daba tanto como quitaba.
Justicia poética!
Qué ricooooooooooommmmmmmmm!!!!!
Qué felices eran los días de Mariví!
Qué sietemachos se sentía don Mauri, que marcaba el ritmo de sus empellones con cada Mater que exhalaba la dulce, modosa, ardiente e insaciable Mariví!
Aquello era un hombre, y no el zurriago de su hijo!
Aquello eran faenas de dos orejas, rabo, vuelta al ruedo, indulto al astado y vuelta a empezar, por el amor de Dios, Mariví, que no puedo con mi alma!
Y Mariví sonreía, picarona y provocativa, le ponía morritos y don Mauri se reencarnaba todas las veces que hiciera falta, que aquella mujer, gloria bendita, milagrito de última hora, no pedía pan, y daba tanto como quitaba.
Justicia poética!
6 comentarios:
¡¡¡ Genial !!!
Besos
M'agradaria saber com s'acaba, ... quin és el final d'aquesta història. M'ha sobtat el vocabulari. m'agrada.
Muchas gracias, LUNA.
Son pinitos, veremos...
Un beso.
GUAITA, sigui vosté benvingut!!
A mí també m'agradaria molt saber com acaba... si li dic que m'ho invento sobre la marxa em creurà?
Gràcies per venir.
Espero que pugui llegir el final.
Un petó.
Aunque te molestes, es totalmente GENIAL. Bueno, te he pillado un fallo que no me gusta nada... Podía ser mucho mas largo, pero mucho, mucho... Gracias, he disfrutado un monton.
esos son los milagros de la letra...evocar lo que sabemos del pecado, del humor... no te detengas ahora, no ahora, no
DEDOS, creo que podríamos discutir sobre lo interesante que es la brevedad, aunque yo siempre dije que lo bueno, si es breve, es eyaculación precoz.
En fin... en algún momento tenías que encontrar un tiquismiquis, no??
Gracias, hermoso. Ojalá todo en esta vida fuera tan fácil como hacer esto.
Si es que hasta me está gustando!
Un beso:))
JAIME, ahora creo que no podría... me siento como atrapada, quiero tirar del hilo, pero no sé muy bien en qué dirección... yo no lo dejo, pero tú no te vayas muy lejos, no sea que necesite un cablecín, un consejo o una coma.
Bessssazo. Y gracias por el empujoncito (literaaaario :)))
Muá.
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