Carolina, mon amour.


Hola, Carol.

No me extrañan tus palabras.

Por lo que me cuentas, y teniendo en cuenta mi pasión por el diagnóstico y mi tendencia poco seria a lo que algún experto denominaría "hacer atribuciones", yo diría que tienes un pedazo de problema que se llama terror. Te cuento lo que veo, pero no te me enfades, va con amor.

Se trata de un terror que genera ansiedades manifestadas en soberbios ataques de nervios con sus lloros, duelos y quebrantos, crujir de dientes y desesperaciones varias, acompañadas de hipos, moqueos, aislamiento social, algún que otro vómito incontenible y no provocado con su subsiguiente irritación gastroesofágica y estado de postración por agotamiento físico y mental. En tu lenguaje-telón, se llama tristeza profunda. En el mío, histeria de la buena. Inmadurez, dado que los treinta y cinco ya no los cumples. Y los treinta y ocho tampoco, qué coño.

Terror fomentado por una muy baja autoestima y una exigencia para con los demás que provoca rechazo de las otras partes contratantes, que provoca a su vez abandono por miedo anticipatorio, que origina sentimiento de culpa, conducta defensiva, evitación, procrastinación, rechazo al compromiso, chantajes emocionales diversos y capacidad asombrosa para echar balones fuera.

La culpa siempre es de los demás.

Terror que va dejando una estela de daños colaterales: te dejo por aquél, que me mira mejor que tú, te dejo porque ya no me dices lo que me decías hace tres meses, y eso quiere decir que... te dejo porque no quiero que nuestra historia se estropee como todas las demás, así que... te dejo porque... te dejo porque no me soporto a tu lado, porque ya no me pareces tan guapo, porque el sexo ya no es tan bueno, porque la tienes grande, porque la tienes pequeña, o mediana, qué vulgaridad, porque me apetece un circunciso que conocí ayer, porque no tenía que haber empezado, te dejo antes de que me dejes tú, porque tu madre es una gilipollas, porque tus calcetines de rombos son terribles y me generan agudizaciones del acné, te dejo porque no me cuidas, te dejo porque no te merezco... te dejo... te dejo para que no me dejes. Esa es la triste realidad. Reconócelo, ahora mismo sólo tienes al pamplinoso de Mauricín al lado, tan amigo, tan siempre presto su hombro... ¿será esto lo del roto y el descosido? y me tienes a mí, pero claro, yo no soy candidata a la cosa sentimental, vaya eso por delante. Excepción hecha de Mauricín (¿cómo le soportas, tía?) a mí me gustan TODOS los hombres.

Terror a no ser querida, a desvanecerte en la nada, a que no te recuerden, a no ser la princesa de un supuesto, y absurdo, e imposible cuento de hadas. ¿En qué idioma explicarte que los príncipes azules destiñen y te dejan la colada hecha un cristo?

El antepenúltimo,o quizá el anterior, o el otro... quién sabe ya, era un buen tipo. Y el otro, divertido hasta decir basta. Otro de ellos, bien tierno y cariñosón (pa mi gusto, una lapa), buen conversador, educado, atento y bastante espabiladito. Todos te querían. Cada uno como supo. Y por ahí se fueron quedando, heridos de amor y desconcierto, abonando un campo yermo y creando defensas que tendrán que derribar otras.

Terror a que no te quieran porque tú no te quieres.

Supongo que sólo te falta experimentar con algún domador de leonas que empiece por ponerte los límites que nunca has tenido. Que sepa contener tanto exceso visceral. Que te haga crecer y convertirte en una mujer.
Alguien que pueda hacerte ver que tienes las tetas donde las tienes, las patas de gallo en su sitio, como dios manda, qué cojones, y que, a pesar de que lo único que se mantiene intacto es tu puto orgullo, eres alguien a quien se puede querer. Yo te quiero, y si no fuera porque a veces hay que hostiarte, si fueras un hombre me casaría contigo por la iglesia y todo, porque eres noble, franca y fiel, eres una persona leal y coherente casi siempre, eres inteligente y culta, buena conversadora y jodidamente divertida y cabal, y seria cuando toca, y sorprendente casi siempre, y aprendo de ti cada vez que hablamos, y sé que soy mejor porque te tengo a mi lado... Eso es lo que no te da la gana de ver, y mucho menos de mostrar, ocupada como estás en comprobar cómo la ley de la gravedad hace estragos en tus redondeces (¿y por qué no miras las maravillas que está haciendo el tiempo en tu careto, cada vez más dulce, en tu capacidad para relativizar, en tu sonrisa más serena, en tu eficaz gestión del tiempo y de las prioridades?). Ellos quieren personas, no máscaras. No sabría cómo explicártelo más claro y más veces... ¿sabes esa canción de Sabina que no habla del físico de ella, pero le dice "eres mi envenenada medicina"? Escucha y piensa.

En todo caso, a partir de ahora, maromo que putees, maromo que adopto. Que lo sepas. Que a estas alturas de la peli, y viendo cómo está el mercado, o te pones las pilas o te auguro dos tristes opciones: o vestir santos, o desnudar borrachos.

Porque no me jodas... Mauri no es una opción... verdad?
Tranquilízame en ese aspecto, hija, que sólo de pensarlo me ha dado un vuelco el estómago.

¿Cafelito el miércoles?

A tus pies, querida mía.



Epístola de Santa Tormento a sus sufridos etc...


Dicen que para escribir hay que estar jodido.
Es cierto. Es cierto que lo dicen, quiero decir.

Seamos serios. Cuando estás jodido de verdad, no escribes.
No te llega el resuello ni para teclear cuatro chorradas, ni para reflejar las infinitas pajas mentales que se te vienen a la cabeza sin que puedas hacer nada por evitarlo.

Cuando estás jodido falta y sobra todo el tiempo, toda la gente, todo el barullo.
Cuando estás jodido no sabes si tienes que escribir o mejor te duchas porque apestas.
No sabes ni entiendes de los otros, y no quieres saber nada de tí mismo.

¿Es, o no es?

Pues bien... yo estoy jodidita, pero lo de siempre.
Cansada, desbordada, ahogadita, harta, ansiosa, insomne, bulímica pero sin vomitera... lo normal.

Una mudanza, un ex en busca de dinero fácil, unas hijas intentando adaptarse a una situación tan nueva como excitante (todo les ha mejorado, están contentísimas, cómo mola Madrid, qué maja es la gente, mamá...), un compañero intentando adaptarse a las hijas de mi menda y a mi menda lerenda (ahí es ná), una rabia no contenida por no poder ponerme a llamar a todo dios y montar un cocido para setenta en casa, pero no me llega, no me llega el aliento.

No soy feliz, porque eso sería haber claudicado y dedicarme a hacerme la sorda, la ciega y la tonta.
Tengo un colegio con niños verdaderamente problemáticos (o llenitos de problemas, no sé muy bien...). Tengo cierta nostalgia de cosas (no... de personas) que dejé allí y las echo muchísimo de menos, pero tampoco llamo, ni escribo, ni nada... nostalgia de lo que dejé y de lo que tengo aquí y no puedo atender... mi Gato, mi Carlitos, un ratito para plantarles dos besos al Dedos, al Pau, al Insti, al Lagarto, a la Delirium, a la Antígona, a tantos que me dejo... realmente no nos necesitamos, la vida es corta, el tiempo pasa deprisa y todo eso, pero JODER, quiero encontrar mi rato de asueto, subirme a unos tacones rojos y salir a beberme una Mahou a morro... tanto tiempo esperando este momento y el momento se me echa encima sin piedad.

Encontré un piso estupendo, precioso y lleno de luz, muy lejos de mi Madrid añorado, del centro, de las tabernas con el suelo lleno de cabezas de gambas... pero tenemos el Metro.
Me siento como uno más entre los miles de colonos de esto que antes era un descampado en el culo del mundo y ahora, al parecer, es chic de la muerte y un poco catetorri. Pero estoy en Madrid.

Estoy en Madrid, y me lo repito tantas veces al cabo del día que parezco gilipollas.
Estoy aquí, y pienso seguir estándolo, aunque no haga ruido, aunque no os cuente gilipolleces, aunque no lo parezca.
Sigo estando aquí, y probablemente eso haya adormecido mi imaginación y desarrollado mi olfato y mi sonrisa mañanera.
Me gusta cómo huele esta ciudad llena de gente bulliciosa y franca.
¡¡Joder, cómo me gusta Madrid!!
Y me encanta saber que estáis ahí... y que probablemente nos crucemos algún sábado de escapada por la FNAC, o en La Chata, o en...

Nos vemos.
Nos escribimos.
Os besuqueo mogollón.