Muda


Me resulta curiosísimo darme cuenta de lo que me cuesta meter mis escasos enseres en cajas.
Y me pregunto si no será señal de que no quiero mover las cosas, si algo me retiene o es que tengo algo que hacer antes de cerrar definitivamente la casa.
Mi respuesta es que las cosas me importan un pimiento. Morrón.

Lo que me apetece es coger unas bragas de recambio para mañana y salir hacia nowhere.
Ni siquiera los libros... dejaría la casa cerrada tal y como está ahora mismo. Sin más.

Pero las princesas me matarían si llegara al pueblo sin los peluches, el poster del pelanas de Tokyo Hotel, del paliducho de Crepúsculo (jomamáááá no te metas con él, es vampiro y es el chico más guapo del mundooooo), no sé cuántos pares de zapatos, bolsos, barras de labios de colores imposibles, algo de ropa que no les cupo en la maleta (el abuelo se sentó encima para cerrarla, y se fueron rezando el rosario en el AVE para que no reventara por empacho de modelis), los mp3, mp4 y resto de tecnología punta, aunque no funcione, rollo fetichista, supongo, los CDs, el champú que huele a fresa, la caja de zapatos con los huevos de los gusanos de seda....

Joer, qué poco apegada soy...

Tras Humus


Hay una tormenta en el exterior con gran aparato eléctrico.

Me gustan las tormentas, me gustan mucho. El olor, la caída del agua, el ruido, el cambio de temperatura, la sensación de alivio tras el exceso de la baja presión y los iones dando por culo... me gustan las tormentas que limpian la calle y relajan y rebajan tensiones.
No entiendo a quien se mete debajo de la cama... ahora mismo entra un viento en casa que incluso transporta agua y me salpica. Soberbio.

Mis alumnos vinieron esta mañana a buscar sus notas y despedirse de mí. Lloraban.
Los profesores de mis hijas, el martes, lloraban al despedirse de ellas. No volverán.
Mis hijas no lloran, pero sí sus amigas y las mamás de sus amigas. Yo también lloro.

Lloro de miedo, de cansancio, de soledad y de hastío. De oposiciones, viajes, sentimientos encontrados, kilómetros y nostalgia de lo que no fue ni me pudo retener.
Lloro de esperanza, lloro de expectativas, lloro de rabia tanto tiempo contenida.
Lloro porque me miro y me quiero, decidida y valiente, y ME VOY.

Con una mano delante y otra detrás, ME VOY.
Vuelvo a casa, dieciséis años y dos churumbelas después.
A casa... es que no puedo creerlo aún.
Un par de semanas más... un poco más de insomnio y mucho más de incertidumbre y me habré ido, aun cuando hace ya mucho tiempo que no estoy.

Sólo tengo miedo y alegría. Extraordinario cóctel.
Que dios reparta suerte, porque como reparta justicia...

Por cierto... ví a Juan Diego Flórez, le ví en Valladolid, cantando y paseando por la ciudad y creo que he perdido el criterio. Ya no me importa que le falten matices, he renegado de lo que dije en su día respecto a su forma de "no interpretar" más que lo que estrictamente exige la partitura... me he rendido al virtuosismo y al poderío de un señor que mide lo que yo... y que canta y me hace llorar... aunque en estos tiempos feroces, hacerme llorar a mí es casi tan fácil como invitarme a un vino.
Y cuando bebo vino, lloro.

Estoy bien, sólo cansada, cósmicamente cansada, en lo físico, en lo emocional, en lo intelectual... estoy francamente hasta los huevos, pero con vistas al final del túnel.
Un poquito más...


A morir.




Dicen que esta canción no está dedicada a una persona, sino a una sustancia.

No me importa mucho.
Era pequeña y era verano. Los albañiles jóvenes de mi pueblo la cantaban subidos a los andamios y a mí me gustaba escucharles, y ver cómo la gente la ponía una y otra vez en la máquina de discos del bar de la Plaza. Un duro, una canción.

La (s) quiero a morir.
A la una y a la otra.
Si me mantuvieron cuerda en su momento, ahora no lo hacen menos.
Y suscribo todas y cada una de las palabras de esta canción que en esta noche de miércoles me hace llorar sola.

Por desgracia, conocen bien cada guerra.
Ellas cosen y zurcen una y otra vez mis alas. Para seguir subiendo.
Ellas me sostienen, cada vez menos inconscientemente.
Atrapada en un lazo que no aprieta jamás.
Ellas convierten las paredes de mi casa en bosques de lápices de colores.
Y aprendo a pintar transparente el dolor con sus sonrisas.

Sólo puedo sentarme, sólo puedo charlar,
sólo puedo enredarme, sólo puedo aceptar
ser sólo suya.

Podéis destrozar todo aquello que veis.
Reconstruyen a la velocidad del rayo.
Nada se nos resiste.

Mi más sincero agradecimiento a Herr Zheimer, don Alphonse, que sabe de fotos más que yo. Como de otros miles de cosas.