Hallábase servidora en la disyuntiva de intensificar la frecuencia de la terapia o decantarme por recuperar el vicio insano de escribir automáticamente y, aunque elegir es de pobres (¿Por qué no puedo tenerlo todo?) he optado por darle a la tecla por aquello de que es mucho más barato y que el exceso de introspección podría generarme algún tipo de neurosis a la que soy tan cercana.
Burla
burlando, acaba de salirme el primer párrafo tras jubilar hace unos doce o
catorce años a Mauricín y su troupe. Quién
me iba a decir que, con el tiempo, Mauricín se haría de carne y hueso y me
permitiría contemplar sus infaustas evoluciones sobre el tablero de juego.
No solo
Mauricín. También tuve la oportunidad de codearme con el mismo diablo y algún
que otro subordinado. En el tiempo que he dedicado a vivir sin escribir he
contemplado la cara oculta, sucia y podrida del sexo opuesto.
No, no me
vengas con que las mujeres patatín o patatón. Si no las nombro es porque, por
cuestiones diversas y fuera de mi control, he tenido que estar más en contacto
con el sexo opuesto y por lo tanto tengo conocimiento de lo que he
experimentado en mis carnes. Extrapolar datos no me compete, y mucho menos
aquí, que escribo lo que me da la realísima gana, con su punto cierto y cabal y
su punto fantasioso y pleno de perífrasis y adjetivos. Qué pasa.
La cosa es que
sí, que mi decisión de retomar el exabrupto está tomada y éste es el empiece.
Digamos que
pretendo construir un bestiario pero no es un objetivo, ni siquiera un hilo
conductor. Haré lo que me dé la gana, que para eso ésta es mi casa y
probablemente salpimente el tedio nuestro de cada día con alguna historieta con
su punto cierto y su punto falso de toda falsedad pero literario que te cagas.
Comenzamos, comenzons.
No hay comentarios:
Publicar un comentario