... y un repaso.












... y tú prepárate, que en cuanto recupere el resuello te voy a dar trabajito, guapo.
No son ganas.
Esto ya entra en el capítulo de necesidad/urgencia.

[...]


Es bastante probable que durante el tiempo que duran las vacaciones escolares este lugar quede abandonadito.
Quizá le llegue algo de frío y bastante de soledad.
Será una soledad más evidente pero menos consolidada que la que sufre el personaje que aquí se muestra casi a diario. Una soledad pasajera que no me preocupa mucho.

Aquí se van a quedar ratos muertos, fantasmas, personajes en construcción y breves intercambios de palabras siempre amables, siempre cálidas.
No quiero escribir estos días. Quiero dedicarme a no hacer nada, a disfrutar de mi media docena de sobrinos y a descansar.
Sufro desde hace algunas semanas un cansancio muy hondo, en lo físico mucho y en lo emocional más aún.
Estoy agotada de bregar con las princesas, estoy agotada de tirar de este carro que no se mueve ni a tiros, estoy agotada de sostener sobre mis hombros el peso de una vida que se da de bruces contra todo sin remedio. Harta de no tener tiempo ni para darme pena a mí misma, ni para un par de lagrimillas de vez en cuando. Harta de comprobar con dolor que es cierto. Que estoy completamente sola (y fané, y descangallá, como en el tango) en esto y que así va a ser siempre. Que todo lo que consiga hacer en esta puta vida va a ser a golpe de no dormir, de no salir, de no poder perder el control ni un instante.

Necesito un tiempo de recomponerme, de coger aire, de leer tranquilamente, durante horas, de dejarme cuidar (sigo sin saber muy bien en qué consiste) de abrir las puertas en algún momento y dejar salir en confesión un torrente desbordado de frustraciones, decepciones, sueños rotos, impotencia y una mala suerte endémica que hace que, despaciosa y calladamente, se me quiebren la voluntad y los riñones.

Debería poner un gracioso Christmas navideño.
Mis lectores más antiguos saben bien que la Navidad y yo no hacemos buenas migas.
Las ausencias se me apoderan y me acongojan.
DEDITOS, dile a Pau que ese gilipollas de Mauricín, su familia de postín y yo misma mejorada volveremos. Dale mi palabra de honor.

Es sólo un momento...
Feliz Navidad.
Feliz Año Nuevo.
Y todo eso.




Me dicen que nuestras vidas no valen gran cosa,
pasan en un instante como se secan las rosas,
me dicen que el tiempo que transcurre es un cabrón,
que de nuestras tristezas se hace abrigos.
Sin embargo alguien me dijo que...

Mujeres


Hay muchas clases de mujeres.
Mami era una de esas mujeres que se había pasado la vida haciendo eso que llaman "lo que se debe hacer".
Fue una buena niña, una jovencita aplicada en sus estudios y perfectamente integrada en un estilo de vida establecido y francamente cómodo.
No sufrió los ataques de rebeldía propios de la adolescencia, no mezcló sus burgueses huesos con los de personas de hueso proletario, salvo las dos chicas de servicio que mantenían la plata impecable en la casa familiar. No sufrió de desamor ni disfrutó de lo contrario.

Fue perfectamente entrenada para perpetuar un statu quo que nunca cuestionó.
Fue una pájara boba bien adiestrada para no contrariar a su esposo, criar a su hijo en los sólidos principios de "siempre que sea posible, que te lo den hecho" y hacer la vista gorda ante todo lo que la incomodaba.
Sólo le frustraba no haber sido madre de hija, para poder ir juntas a comprar trapos.
Pero hasta en eso había tenido suerte, y Mauricín le salió complaciente, y era él quien hacía de "agente de bolsa", con lo que pesaban todos aquellos paquetes.

Hay muchas clases de mujeres, pero las mujeres como Mami aportan al mundo un toque insufriblemente inmovilista, monótono y asfixiante, estrecho de miras, insuficiente, egoísta, corto de vista, patizambo, frívolo, escaso, difícil.

Muerte a las Mamis que convierten a los mauricines de turno en peleles eternamente insatisfechos.
Muerte a las hijas de las Mamis, que convierten a los peleles en autómatas.
Muerte a quien convierte a los hombres en mercancía por miedo a querer, porque la vida es un puto boomerang.
Y la mierda acaba siempre en la cara de quien sólo pasaba por allí.

Del resto de mujeres, dejemos hablar a los expertos:



Grietas


Cuando por fin tuvo la lucidez de mirar hacia afuera, dudó.
Demasiado tiempo poniendo parches para parecer aquello que quería ser y que no era, sujeto por andamiajes tambaleantes... había que salir a la calle.

Se afeitó con mimo y recordó que la única mujer por quien hubiera dejado el cálido nido de mami sin mirar atrás se mantenía inmóvil cada vez que realizaba aquel ritual mágico. Enjabonarse la cara, llenar de agua caliente el lavabo, contemplarse de esa guisa, desnudo, adormilado aún, frente al espejo, verla en segundo plano, callada, encantada, atenta a cada pasada de la cuchilla por su cara, conteniendo la respiración para evitar accidentes...
Sabía prolongar la liturgia para regalarle y regalarse miradas silenciosas y complicidad a raudales.
Indefectiblemente, tras el aclarado, ella restregaba la nariz por su cara qué bien hueles, a jabón, a limpito, a recién planchado, y se entregaban a un curioso intercambio de inspiraciones, en busca de olores nuevos, matices en la piel del otro, gruñidos de animalillos en celo y protestas por la dureza de esta vida que nos hace trabajar cada lunes y cada martes.

Se fue harta de afeitarse los cuernos, de reprimir las ganas de empitonarle la femoral, una buena cornada con dos trayectorias en el triángulo de Scarpa habrían hecho mejor justicia. Harta de comerse los faroles, las manoletinas y las revoleras, harta de sus cambios de tercio, de sus espantás, y de aquella horrible costumbre de torear-la con el pico, alejándola con la menor de las elegancias. Zafio.
Harta de escuchar los olés de sus palmeros, herida de muerte ya, dejó un leve rastro de Eau de Rochas en el ambiente y desapareció subida en unos tacones de vértigo.

Afeitarse recordando todo aquello fue dejando un par de surcos longitudinales que labraban el jabón de su rostro inexpresivo.
El hueco que ella había dejado a la izquierda del espejo le resultaba un abismo insondable.
Si no fuera porque era quien era, se podría haber pensado que tenía sentimientos, y que aquello era un llanto callado por quien le hacía sentirse bueno, cálido, humano.
Aprovechando que era abril, decidió diagnosticarse un potente acceso de alergia.

Regalo


No se lo digas a nadie...

Ayer nos contó que las dos únicas veces que participó en esa chorrada del amigo invisible, se quedó sin regalo. Desilusión.
Por eso nunca participa, da igual cuánto insistas.
Me rompió el corazón... me quedé triste y perpleja.

Este año, aunque odio el amigo invisible y me parece una chorrada de primer orden a la que me apunto por no dar la nota, haré dos regalos.
El que me toque por papelito y el de él.

Pero calla, eh? que es un secreto. Y esta vez sí que me hace ilusión.

Bombero


... que no sé cómo haré para compensarte.
Pero sólo en cables, cuerdas y botas de pocero debes de gastarte un dineral todos los meses.
Esta costumbre arraigada de caerme en los pozos de mierda empieza a irritarme.

Supongo que debería graduarme la vista, llevar chaleco antibalas, casco y escudo.
Supongo que ir a pecho descubierto para volver a moco tendido
no es lo que se dice triunfar.

Pero siempre es mejor que dejar que el miedo te paralice.
Triunfaré. Conjuraré los maleficios. Dejaré de pisar mierda.
Y te lo devolveré multiplicado por millones y trillones.
Te lo juro.

Decíamos ayer...


Los días buenos madrugaba.
Se comía una manzana y salía a correr un rato por ahí, aprovechando la cercanía del monte. Pero no un monte cualquiera. Un monte civilizado, del que habían huído los jabalíes y las culebras. Un bosque preparado para que los seres humanos, superiores en tantísimo, pudieran tirar por la borda los excesos cometidos cada vez que se sentaban ante la mesa.
Aquello de alimentarse había dado paso a la gran cultura de la gastronomía, de la que no todo el mundo participaba.
Pero nuestro Mauricín sí.
Mauricín se cuidaba como un pichón, lo cual incluía un desayuno preparado por Mami consistente en un zumito de naranja lo primero de todo, para darse después una ducha y, pasada media horita, sentarse ante un opíparo (y ovíparo, que había huevos fritos) desayuno con su periódico del día, recién salido del buzón. Un buzón de derechas de toda la vida que recibía el diario, la hoja parroquial y las facturas e informes de los estados financieros del niño y su mamá, que a la postre eran los gestores de la pasta gansa.

Costurera hábil, cocinera aceptable, proba observante de las normas de aquella inmarcesible Pilar Primo de Rivera, que tantos escalofríos produciría en las infinitas fallidas futuras nueras, Mami había sido educada en las monjas y, al ser hija única, había heredado una pequeña fortuna. Malgastaba toda su energía en obtener una sonrisa diaria, sólo una, del tacaño Mauricín, soso por definición, estúpido de profesión. Desagradecido por educación.
Los dineritos de Mami habían sido gestionados con suficiente buen criterio por don Mauricio hasta que el vástago del matrimonio tuvo suficiente edad, y sólo eso, como para hacerse cargo de la administración de los bienes familiares. Y como si de un Scalextric se tratase, firmó doña Mami los poderes para que el Niño se divirtiera con los millones como si fueran billetes del Monopoly.
Coches por aquí, viajes por allá y esa inconfundible imagen de catetillo vestido de marca bien visible, de pies a cabeza, reloj tamaño lata de sardinas, gomina hasta en las cejas y mirada de reojo (a ver si me miran, jo...).
Mauricín era una auténtica golosina para la viborilla de su barrio.

-Vaya cochazo, Mauricín... ya sabes lo que dicen...
- Llámame Mauricio, bonita.
- No me llames bonita que mojo la braga, Mauricín... y con ese cochazo, está claro que no vas a poder resolverlo...
- El qué?

Los días buenos, decíamos ayer, madrugaba...